ME CAGO EN EL BICENTENARIO. ¿QUÉ ES LO QUE SE CELEBRA?
Compañeros y compañeras: hagamos votos, y a la vez aportemos grandes esfuerzos, para que el segundo - siglo de vida de esta república sea una era sin interrupción, de verdaderos progresos morales que eleven grado a grado el valor y la dignidad de los seres que formamos esta comunidad hasta llegar a un estado tal de perfección donde haya desaparecido todo vestigio de inmoralidad, todo sedimento de injusticias, y sin dolorosas transiciones lleguemos a vivir en un verdadero y completo estado de felicidad y amor. La felicidad reinará donde no haya injusticias. El amor reinará donde no haya desigualdades. Los imposibles se rinden ante el poder de la ciencia humana y ante el querer de la moral verdadera. (Luis Emilio Recabarren, Rengo 3 de septiembre de 1910).
Me voy a referir desde un punto de vista crítico con respecto a las celebraciones que se están imponiendo por todo el país con motivo de la conmemoración del llamado Bicentenario. Como antecedentes retomo lo que dijo Luis Emilio Recabarren cuando le tocó vivir el primer centenario de Chile y apeló en ese entonces a su célebre frase “nada que celebrar”, sobre todo por las desigualdades que se mantenían y que, aún más, habían aumentado en el país con relación a las décadas anteriores y por reflexionar de manera experta sobre quienes habían sido los beneficiados con dicho acto emancipatorio.
El segundo antecedente al que voy a hacer referencia es un poco más sarcástico y claramente más soéz, y fue planteado por el artista plástico Antonio Kadima cuando en 1990 se desnudó en el Cerro Santa Lucía en Santiago con motivo de la celebración de un año más del Descubrimiento de América. En 1992 el mismo Kadima volvió a repetir el eslogan esta vez haciendo un afiche en que incorporaba la leyenda en la parte inferior de una imagen del cacique mapuche Lloncón. A lo que apuntaba Kadima era a construir en ese entonces una mirada crítica acerca de la conmemoración del llamado V Centenario que hacía referencia a la llegada de los europeos a las Américas, representado en el viaje de Cristóbal Colón, el “descubrimiento” y la institución del “Día de la Raza”, el “Encuentro de Dos Mundos” y otras cosas por el estilo. Con un eslogan directo y sin ambigüedades, se coronaron las demandas indígenas bajo el lema “Me Cago en el V Centenario”, aludiendo a lo difícil que era para los pueblos originarios no sólo recordar tamaña fecha, sino además el ver como las celebraciones de los otros eran claramente una afrenta para ellos y sus antepasados.
Tal como el V Centenario, los Bicentenarios también deben ser para cagarse encima, sobre todo considerando que en la mayoría de los países americanos fueron en definitiva los nacientes estados nacionales los que han terminado por subyugar hasta la actualidad a las poblaciones originarias.
No pretendo ser neutral, ni equilibrar mis palabras con lo bueno y lo malo. Lo malo es lo que ha sido silenciado por la revolución silenciosa de los oligarcas chilenos protegidos en sus partidos políticos y en reglas que los benefician como empresarios y como dirigentes del país. Ellos ya hacen suficiente por hacerse propaganda y vociferar en todos los estilos lo bueno que está Chile en la actualidad. Son ellos los que destacan las virtudes del Bicentenario y los que están gastando millones de dólares en conmemorar algo que los ensalza y que recuerda lo bien posicionados que están ante muchedumbres que tienen hambre, que viven sin derecho a educación formal y que transitan por sórdidos conventillos más parecidos a cárceles que a viviendas dignas. Por eso nada de bueno se verá en estas palabras.
En virtud de lo anterior intentaré responder a esa interrogante, entendiendo que es una pregunta capciosa y de la cual ni siquiera comparto sus más mínimos puntos, ya que mi posición, al igual que Recabarren, es que nada hay que celebrar y que estoy dispuesto, bajo buenos argumentos, a vomitar y hasta cagarme en el famoso bicentenario. Como dice Recabarren:
Nosotros, que desde hace tiempo ya estamos convencidos que nada tenemos que ver con esta fecha que se llama el aniversario de la independencia nacional, creemos necesario indicar al pueblo el verdadero significado de esta fecha, que en nuestro concepto sólo tienen razón de conmemorarla los burgueses, porque ellos, sublevados en 1810 contra la corona de España, conquistaron esta patria para gozarla ellos y para aprovecharse de todas las ventajas que la independencia les proporcionaba; pero el pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la miseria, nada, pero absolutamente nada gana ni ha ganado con la independencia de este suelo de la dominación española.
Antecedentes contradictorios
No es sólo una moda. El bicentenario viene a recordar un momento específico en la historia de nuestro país, el de su invención, hace unos doscientos años. Tal como lo plantea Benedict Anderson y en nuestro país Mario Góngora, Chile no existía antes de la llegada de los españoles. Chile se va creando en la medida que van pasando los años y que actos fundacionales y heroicos lo van conformando. Un ejemplo de ello es cuando Manuel Rodríguez dice afanosamente “Aún tenemos patria ciudadanos”, no obstante lo que el quiere decir es “aun tenemos la posibilidad de hacer un país que se llama Chile”. Se entiende que para ese entonces la patria está recién en construcción y no en vano Rodríguez es considerado uno de los “Padres de la Patria”.
Lo mismo se puede decir del más explícito nombre que le da Camilo Henríquez a su pasquín, la Aurora de Chile, entendiendo el buen prelado que lo que él está acompañando es el nacimiento de una nación. Desde este punto de vista lo que estaríamos celebrando sería entonces el nacimiento de Chile y por lo tanto tendrían cierta razón las festividades que se están programando para el 2010. Pero lo que aparece contradictorio es que si Chile no existía en ese entonces, tampoco existían los Chilenos. La pregunta es entonces ¿Quiénes son y de donde provienen aquellos que inventaron Chile? ¿Tienen alguna relación con aquellos que hoy están en el poder y gobernando? ¿Tenían alguna relación con los que gobernaban antes el territorio? ¿Los excluidos de aquellos tiempos han tenido participación hasta ahora en la construcción nacional? Y si, por último, concordáramos con el hecho de que Chile efectivamente nace en 1810, a la luz de los años, ¿es algo que deba ser celebrado? Tal cual como en el caso de México y otros países como Brasil, Perú, Argentina, los que quedaron gobernando fueron los mismos hijos y nietos de los conquistadores, siendo excluidos los demasiado mestizos, los afrodescendientes y por su puesto los indígenas, de toda posibilidad de gobernar y administrar sus propios destinos.
Insisto, si no existía Chile, tampoco claramente existían los chilenos. La creencia popular, divulgada por los Estados y los Historiadores, es que si bien las naciones como Chile no se habían constituido como tal, sí existían los Chilenos. Cosa rara, ya que todas las disposiciones legales indican que para existir un chileno debe existir primero Chile. Aspectos legales que por lo demás no dejan de ser propagandistas del chovinismo nacionalista disfrazado de verdad que pretendo criticar con estas palabras: algunos ejemplos son claros al respecto. La Ley 19.253 dice que los indígenas (mapuches, collas, aymaras, diaguitas, kawesqar, likan antay, yaganes, rapanui, quechua) eran los antiguos habitantes de Chile antes de que llegaran los españoles. Lo cual nuevamente me parece a lo menos discutible, ya que Chile no existía en esa época y menos con las dimensiones y límites que tiene actualmente.
Otro ejemplo tiene que ver con las etapas históricas que se han prediseñado a posteriori para inventar esta historia patria. Se habla en ese sentido que Chile fue “Descubierto”, por un señor analfabeto llamado Diego de Almagro. Se supone que era civilizado, pero hablaba mal el castellano, no sabía leer ni escribir y lo más civilizado que tenía era su espada, su armadura y su religión que lo obligaba a matar a los bárbaros. Lo otro civilizado era su deseo de lucro y la búsqueda incansable de oro, riquezas y honores. Todas cuestiones muy civilizadas. Lo mismo sucede con la siguiente etapa, la Conquista de Chile. Etapa heroica para algunos, con matices de grandes hazañas todas contadas por el insigne Alonso de Ercilla en su Araucana y que hicieron que Pedro de Valdivia (este si que era muy civilizado) se haya conseguido un lugar en la historia como uno de los conquistadores más importantes de las Américas. Quizás al igual que Ercilla, más destacado por sus escritos bienintencionadamente mentirosos, que por sus acciones guerreras. Valdivia debió sufrir la destrucción de Santiago (en ese entonces no más que una cuantas casas) y terminó por perder la cabeza luego de varias derrotas en el sur del país, ante los bárbaros e incivilizados araucanos. El héroe de Flandes y protegido del Rey de España terminaría angustiado, arrodillado, ofreciendo su reino por un caballo, intentando salvar su vida. Lo mismo le sucedería después a Martín García Oñez de Loyola en la ya conocida Victoria de Curalaba, por algo llamada desastre por españoles y chilenos.
Bueno, volviendo a nuestro punto, creo que hay evidentes y malintencionadas contradicciones en estas historias, lo que en verdad no sería para nada condenable, ya que la Historia como todos los relatos, como todos los mitos, apuntan más que nada a la construcción de una realidad, a la justificación simbólica de los órdenes establecidos y a la necesidad de inculcar en muchas personas esas mismas ideas, bajo el amparo de su enseñanza y de la repetición constante de las indicaciones morales de héroes que se sacrificaron y construyeron, en este caso, la nación. Eso son los mitos, no en el sentido de falsedad, sino de relato orientador de una colectividad. Lo que me interesa no es cuestionar que algunos chilenos construyan sus mitos para justificar su situación, sino más bien, al igual que con la lectura y el análisis mítico, pretendo conocer a qué apuntan y que quieren decir los mensajes, sus aseveraciones y sus contradicciones.
En primer lugar estamos frente a la celebración del Bicentenario de un lugar que existía desde bastantes siglos antes. Desde este punto de vista no se debe celebrar el Bicentenario y menos en esa fecha. Lo que estamos celebrando es el “No sé cuanto Centenario” de una país imaginado, con límites imaginarios que no son más que la proyección de los actuales límites a tiempos pretéritos. Chile tiene doscientos años, y sin embargo fue descubierto y conquistado hace más de 400. Esta antigüedad relativa se apoya en el hecho de que al parecer sí existían los chilenos: los aborígenes, que sin embargo nunca se representaron el pertenecer a un país llamado Chile. Otra contradicción, que se reafirma todavía en la actualidad cuando muchos de sus descendientes mantienen esa misma ocurrencia: algunos aymaras se creen más bolivianos (o por lo menos lo parecen), los Rapa Nui se sienten polinésicos y nos dicen Conti (Continentales) y varios mapuche que conozco me preguntan cuando llego a sus tierras ¿Cómo está Chile? Y eso en el año
No está más decir que en los tres casos (y esto es extensible a la mayor parte del territorio chileno actual) ellos deberían haber celebrado recién su centenario en 1981 (los Aymara, Quechas, Coyas y Likan Antay); en 1983 (los mapuche) y en 1988 (los rapa nui), pues fue en esas fechas cuando se celebran los centenarios del tiempo en que sus territorios quedaron definitivamente anexados a la república Chilena, luego que esta se expandiera e invadiera propiedad ajena, robando y matando a sus ocupantes.
Por lo tanto, si se debe celebrar el Bicentenario es de un pequeño territorio que va desde el sur de Copiapó hasta el norte del río Bío-Bío. Lo que es aún más contradictorio si se piensa que por lo menos en el caso de los mapuche, se invadió un territorio que se consideraba propio y que en definitiva estaba poblado por chilenos, como algunos acostumbran a decir, por los primeros y más chilenos de todos. Y sin embargo, eso no fue obstáculo para que otros chilenos con más dineros y descendientes de los españoles y de otros europeos, orquestaran una campaña racista y discriminatoria que concluiría con la ocupación ilegal e ilegítima de sus tierras. Si eran chilenos, ¿por qué no se les respetaron sus derechos de propiedad?, ¿por qué se los invadió en una campaña de guerra descarada y descarnada, desequilibrada y atroz? Y fue así como se constituyó definitivamente el territorio y se consolidó la nación. Es eso lo que se quiere celebrar hoy día, la matanza indiscriminada de indígenas en beneficio de la expansión de los terratenientes santiaguinos y penquistas, de los hacendados de Tierra del Fuego, de las empresas mineras en el norte.
Otra línea de reflexión nos debería llevar al ya conocido “nada que celebrar”. Efectivamente los que están celebrando son aquellos que han mantenido prerrogativas de poder y sus privilegios a lo largo de los años. En ese sentido mejor podríamos decir que los chilenos son los descendientes de los españoles que violaron y mataron a los indígenas y que se quedaron administrando y ampliaron el territorio una vez que el rey de España no tuvo la suficiente capacidad para seguir gobernando un lugar tan lejano y tan pobre. ¿Qué vamos a celebrar? La gigantesca desigualdad social que está anclada en los relatos fundadores de nuestra ciudadanía. Celebraremos el chovinismo nacionalista fundado en el racismo y la exclusión social y cultural. Tenemos la segunda bandera más bonita (burda imitación de la estadounidense, pero con menos franjas y menos estrellas); el segundo himno después de … los cielos más limpios… las mujeres más bellas… el pisco sour… el suspiro limeño, la luna, etc., etc., etc. Como dice Recabarren:
La fecha gloriosa de la emancipación del pueblo no ha sonado aún. Las clases populares viven todavía esclavas, encadenadas en el orden económico, con la cadena del salario, que es su miseria; en el orden político, con la cadena del cohecho, del fraude y la intervención, que anula toda acción, toda expresión popular y en el orden social, con la cadena de su ignorancia y de sus vicios, que le anulan para ser consideradas útiles a la sociedad en que vivimos.
Esas y otros imaginarios, como que somos descendientes de los civilizados europeos y de los heroicos indígenas, pero que ambos desaparecieron y quedaron en nuestra sangre mestiza. Mestiza blanca eso sí. El blanco quedó por afuera y el indio por dentro, bien escondido, sólo aflorando cuando pasa algo que nos torna irascibles, enojados, descontrolados, un poco bárbaros, cuando se nos sale el indio, el salvaje que llevamos dentro. A esta altura yo prefiero decir que todos llevamos un pequeño blanco y racista dentro y que este florece en nuestros peores momentos, cuando vamos a un país vecino, cuando nos relacionamos con la nana peruana, cuando aparece algún afro descendiente y lo encontramos exótico, caliente, cuando llegan los futbolistas ecuatorianos y les llamamos “Monos”, cuando nos creemos el cuento del jaguar y de la potencia sudamericana, siendo que tenemos menos gente y menos ingresos per cápita que la ciudad de Sao Paulo en Brasil.
Quizás lo peor del bicentenario es la celebración de este chovinismo nacionalista. Chovinismo que nos obliga a generar antipatías con nuestros vecinos, naturalizando diferencias que han sido alimentadas a lo largo de los años y que nada tienen que ver con las fronteras culturales que son producto de la interacción de los pueblos y no de los deseos hegemónicos centralizados de minorías blancas asentadas en las capitales. Las fronteras actuales inhiben polos de relación que practican miles de personas ubicadas en los límites nacionales y para los cuales los nacionalismos importan bien poco.
En esta época de empresas transnacionales suena añejo este tipo de celebraciones. Cuando la Coca Cola o la Microsoft traspasan hace rato las fronteras. Quizás deberíamos estar celebrando el Bicentenario de la Coca-Cola o los 50 años de la empresa de computación, o de la IBM, o del teléfono o del primer diccionario en inglés o el nacimiento de Adam Smith o de Milton Friedman. En realidad nuestras autoridades usan el Bicentenario para seguir dorando la perdiz de los conciudadanos mientras se esfuerzan por mantener sus prerrogativas a costa de fraudes y de corrupción. Vean sólo lo que decía Recabarren en 1910 acerca de estas cosas:
Si la República ha llegado al más alto grado de la corrupción política, ya sea en el campo electoral con el cohecho y el fraude, ya sea en la administración de la cosa pública donde se procede en la forma más mezquina e irregular, es esto todo un motivo más que suficiente para sentirse apesadumbrado de que hayamos llegado a vivir en un ambiente tan dominado por la corrupción y por la falta de una verdadera dignidad. Tan arraigadas considero yo las raíces de la corrupción que no diviso cercano el tiempo en que podamos ver mejorarse esta situación. La clase burguesa no piensa detener esa ola podrida porque es para ella, hasta cierto punto, un gran beneficio.
¡Que actuales suenan estas palabras! Hace cien años la corrupción que se celebra hoy día estaba presente, y en este tiempo esas injusticias y malversaciones aún no han sido desterradas. Y créanme no han sido los pobres los que han orquestado los grandes robos, no son ellos los que reciben sobre sueldos ni los que ganan millones de pesos y tienen decenas de regalías por “servir al país”. Es más, las condiciones electorales indican que aquél que invierte más dinero en una campaña tiene mayor posibilidad de salir electo. Los partidos políticos son sociedades anónimas de emprendedores que quieren seguir profundizando su manera de ganar dinero apoyados en las reformas político-económicas que los beneficien. Y eso a costa de todo el populacho del país que les trabaja y los mantiene por salarios mínimos y sin esperanzas de que la desigualdad vaya cambiando. Y eso en gobiernos democráticos y participativos, en gobiernos no dictatoriales, en gobiernos que se plantean con una agenda social que niega las posibilidades de estudios superiores, que condena a los santiaguinos a caminar y esperar horas en búsqueda del transporte que los lleve a seguir siendo explotados, sin ningún beneficio y ajenos a todas los saldos que tienen los gobernantes.
Conclusiones
Eso es lo que se nos pide que celebremos, que sigamos levantando el espíritu nacional, que nos enfrasquemos en luchas contra nuestros vecinos, que aumentemos el ego chovinista que nos posiciona como el único país civilizado de las Américas, cuando en verdad somos los paladines de las injusticias disfrazadas, de las aberraciones en derechos humanos, de la persecución y el genocidio a los indígenas, de las viviendas indignas, de la educación de mala calidad y de la falta de garantías laborales. Los chilenos deben trabajar y celebrar sólo para el 18 de septiembre:
Y si esto es la verdad, ¿qué cosa es lo que celebra el pueblo en este aniversario? Lo que en realidad hace el pueblo en esta fecha, estimulado por la burguesía, es gastar su dinero en torrentes de licor que la misma clase burguesa le vende para guardar el dinero en sus cajas insaciables.
Celebrar la patria que los domina, celebrar a aquellos que no sólo se contentan con ganar infinitamente más y vivir vidas de mejor calidad, sino que más encima pretenden que los acompañen en sus jugarretas festivas para seguir alimentando ese nuevo opio del pueblo que son los sentimientos nacionalistas.
Señoras y señores, no tengo nada que celebrar, y es más, propongo que hagamos una campaña en contra del bicentenario, que lo que están gastando promoviendo su alicaída imagen de país democrático lo inviertan efectivamente en convertirnos en un país más justo y con menos desigualdad, en donde la diferencia no sea perseguida, en donde la libertad sea el estandarte por el cual se lucha y no las prerrogativas de los grupos corruptos y gobernantes. Sólo así podremos llegar a un tricentenario esta vez sí cumpliendo los sueños de Recabarren y de otros, por la existencia de una sociedad chilena mejor. Por todo lo anterior, Me cago en el Bicentenario.
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