Pequeño Gran Cacique nació de noche. Fue el viernes 31 de julio, en el Hospital de Puerto Iguazú. Su madre indígena parece que cruzó el enorme río en busca de la asistencia que siempre brindan los médicos argentinos. El antiguo pueblo desconoce las fronteras de los países y como los vientos, sin espacio y sin tiempo, habitan la misma tierra que vio nacer al primer guerrero.Pequeño Gran Cacique se anticipó al agosto también sin tiempos. Veinticinco semanas esperó en el vientre su momento. Qué podía saber él, un hijo elegido de Dios Ñamandu, de la inmadurez fetal. Nació de noche, de repente.Mburuvichá Mirí, pequeño gran jefe, pesó 600 gramos y su cuerpecito transparente apenas guardaba oxígeno para respirar por sí mismo un par de horas. Carentes de incubadora, los doctores lo miraban sorprendidos e impotentes. Cómo podían saber entonces que el bebé guaraní trae consigo la estirpe de la resistencia, el gen del coraje indio, la inmunidad a los quebrantos.A las seis del otro día –curioso 1ro. de agosto- Pequeño Gran Cacique, contradiciendo los más entusiastas pronósticos médicos, seguía respirando. Chillaba como un ternerito y se chupó de un sorbo una jeringa de glucosa. “Lo derivamos a Eldorado o se va caminando solo” ordenó un incansable pediatra que lo venía observando desde el primer segundo. El tampoco supo (hasta ahora) que había envuelto en sus manos, para darle el primer calor de esta tierra imperfecta y fría, a un ser de otro mundo, perfecto e imperecedero.Pequeño Gran Cacique nació de noche y vio la luz del día. Sigue su camino en una incubadora de neonatología en Eldorado. Respira y se alimenta. Será Dios Ñamandu –no los médicos ni nosotros- el que lo unja con su designio.Quién sabe por dónde se irán sus pasos, hacia la plenitud del Padre Verdadero. Pequeño Gran Cacique seguirá viviendo, cualquiera sea su destino.
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