Por Fuente: etcétera / México - Friday, Sep. 17, 2010 at 6:36 PM
Jesús Olguín
Jesús Olguín
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La historia del hombre en todas las culturas y en cualquier época, se ha enfatizado en la lucha por el poder, por tener el control y por lograr la subordinación de los más posibles. La iglesia católica, aún en plena modernidad institucional, es una muestra clara de ello por su influencia en los actos de fe. Esa institución religiosa, sobre todo en Europa occidental entre los siglos XII y XVIII, ha sido depositaria y gestora del poder político, social y económico. En ese entonces influenció a los conquistadores que llegaron a Mesoamérica después del año 1500, quienes encontraron culturas politeístas e impusieron el culto monoteísta del cristianismo para utilizar la palabra de dios como instrumento de poder alentando la ignorancia, el hambre y el miedo como coadyuvantes de una nueva aventura que prometía la gloría de los conquistadores y un supuesto bienestar a los conquistados, al ser parte del mundo civilizado.
¿En gloria estuvimos?
En 1519 Cortés llegó a estas tierras con cinco sacerdotes católicos que no sólo querían convertir a los indígenas, sino civilizarlos y educarlos, valiéndose de todo tipo de brutalidades para lograrlo. La mala actuación de Cortés y los abusos perpetrados por sus colaboradores, hicieron que el monarca español, Carlos V, mandara un representante de la corona a la conocida entonces como Nueva España, nombrando a un Virrey que gobernaba e impartía justicia además de cuidar a la Iglesia, a quien otorgaba bienes a perpetuidad.
El virreinato duró casi trescientos años, lapso en el que hubo 63 virreyes; cada uno contaba con dos audiencias o tribunales que impartían justicia y aplicaban las leyes; los alcaldes mayores gobernaban en los pueblos de indios y los corregidores en los de españoles. Aparecieron los cabildos o los ayuntamientos que se mantienen hasta nuestros días y ya luego divididos en intendencias, que son la base de nuestra actual división política en los estados.
La evangelización fue una de las grandes tareas de los conquistadores europeos en América. Los primeros misioneros fueron los franciscanos, seguidos por los dominicos, los agustinos, los jesuitas y posteriormente las congregaciones menores. Por eso, la fundación de misiones en los pueblos trajo consigo el surgimiento de escuelas, monasterios y parroquias. El derecho de los indígenas para recibir sacramentos y tener libertad e instrucción fue reconocido por la bula Sublimis Deus, otorgada en 1537 por el papa Paulo III. En ese mismo siglo se estableció el clero secular, integrado por obispos, curas, alcaldes de doctrina y doctrineros; el primer obispo de la nueva España fue Fray Juan de Zumárraga en 1546, quien tenía autoridad sobre el clero regular.
La inquisición llegó a Mesoamérica en 1527; su labor principal era perseguir y procesar a quienes ponían en peligro la fe cristiana y, según la cédula real de 1569, se estableció en las indias en 1571. Muchos de los evangelizadores pelearon por los derechos de los indígenas, como de Zumárraga, quien era el “protector de los indios” ante las atrocidades sufridas por éstos a manos de los encomenderos. También Bartolomé de las Casas, colono-encomendero que en 1522 entró a la orden dominica para posteriormente ser nombrado arzobispo de Chiapas.
Orden y progreso
Durante la conquista y con los reyes católicos, el absolutismo logró la unidad territorial incluyendo el orden político y religioso de todas las regiones dominadas por España. Esta unión debería marcar el dominio monárquico sobre cualquier institución; en el caso de la iglesia, se logró mediante el Real Patronato, en donde los papas habían concedido el absoluto poder a los reyes, quienes hicieron de la iglesia otra rama del gobierno.
En el siglo XVI se establecía una dualidad, la del orden que dio lugar a la “república de españoles” y a la “república de indios”. Excluidos del orden de “repúblicas”, los mestizos, castas y negros, estuvieron cerca de los integrantes de repúblicas, pero sin derecho a aspirar a puestos “honrosos”. Al convivir con criollos –hijos de españoles nacidos en América – lograron establecerse en villas o pueblos trabajando para ellos y a veces logrando mejores posiciones que los indígenas, aunque siempre señalados como “la plebe”. (Por otra parte, la conquista acentuó la depresión de los nativos de las indias; con una consecuente merma de los mismos a través de la guerra, el hambre, la explotación y sobre todo, las epidemias traídas desde Europa).
La conquista española transformó radicalmente a México, al influenciarlo política y socialmente, pero sobre todo religiosamente. Hoy día más del 95% de la población en México es católica, pero es un catolicismo sincretismo, con gran influencia de las religiones indígenas.
Algunas religiones indígenas practicaban el bautismo y realizaban confesiones y comuniones, pero no en el mismo sentido del catolicismo; tenían “monasterios” donde preparaban a jóvenes al sacerdocio. Los evangelizadores adaptaban las canciones y bailes de rituales indígenas con sentido católico para facilitar la conversión; los santos suplían a los dioses triviales, las semejanzas entre las figuras sobrenaturales católicas y las indígenas eran excepcionales y la resulta de sincretismo era extraordinariamente coherente.
Cabe resaltar que tan importante fue la conquista territorial guiada por la dominación militar, como la conquista “espiritual” lograda por los sacerdotes católicos para convertir a los idólatras o infieles. Ambas fueron luchas sin cuartel, igualmente desgarradoras y sin piedad, con tal de lograr el cometido en nombre de la corona y a título personal, llevando la lucha a sus últimas consecuencias cuando los espejitos no fueron suficientes para obtener el oro y la plata que se encontraba en abundancia en estas tierras tan ricas en todo.
La iglesia, esclaviza
Una vez vencidas y sofocadas las resistencias indígenas en el país, habiendo hecho aliados primero y sometiéndolos después, los conquistadores se ocuparon de extender su poderío y fue entonces cuando en la vida de los pueblos indígenas la religión tuvo un papel primordial. La iglesia católica fue la institución que esclavizó a México durante la conquista; su función fue la legitimación de un pueblo sobre otro a través de nuevos paradigmas y una nueva cosmovisión por medio de la fuerza. Durante el siglo XVII la religiosidad fue el signo más distintivo; cuando el proceso doctrinario se iniciaba en cada pueblo, existían alguaciles que vigilaban los preceptos religiosos. La acción de la santa inquisición fue abrumadora; descalificó toda ideología existente tachándola de herejía, sometiendo a espectaculares castigos a los culpables que generalmente terminaban en la “pira” durante audiencias públicas. Existen diversos relatos de juicios consumados bajo los más viles argumentos, sin pruebas posibles para exoneración del acusado. Transcurrieron tres siglos desde la llegada de un puñado de hombres montados en bestias, cubiertos de hierro, que desde las manos escupían el fuego capaz de terminar con la vida de cualquier infiel a la corona y a la palabra sagrada, rodeados de cruces que recordaban que todo ser viviente capaz de pensar se encontraba en pecado y en deuda con el creador de todo y que venían, además de civilizarnos, a dejar claro que la única manera de trascender a esta vida, era cumplir cabalmente con las enseñanzas de la iglesia portadora de la verdad. Sin duda las acciones de los conquistadores fueron soberbias, pues extendieron hacia las Américas su cultura bélica arraigada tras siglos de lucha en Europa y que les valió extender sus dominios incluso en tierras tan lejanas como las Indias.
La iglesia católica fue la institución que mayor provecho sacó de todo esto; expandió como nunca sus dominios y sus dogmas, enfatizó la obediencia que se le debía sin escatimar en acciones, aun las más bajas, con tal de lograr el control, siendo incluso, durante un lapso muy largo de tiempo, la única poseedora de bienes y riquezas; actuaba como prestamista con los más altos intereses, como juez y verdugo con la santa inquisición y las piras, enajenaba bienes por deudas no cubiertas y también como castigo a herejías supuestamente comprobadas por ellos mismos, sin importar ser juez y parte. Dividió a la nueva sociedad en clases, sin importar sus propias enseñanzas que recitaban algo así como “que todos somos hijos de dios”, propició el hambre y hasta el esclavismo, limitó la cultura como una forma efectiva de limitar el pensamiento y por lo tanto, el cuestionamiento.
Convirtió en pecado todo lo que podía ser satisfactor en una vida plena e incluso, con gran empeño, limitó los avances de la ciencia inculpando a sus promotores de diabólicos o practicantes de brujería, haciendo que estos terminaran sus días sobre un montón de madera apilada a la que prendían fuego, a modo de exorcizar sus almas. (Ello, sin dejar de mencionar, como ya lo hicimos, a las excepciones que fueron Juan de Zumárraga y Fray Bartolomé de las Casas).
Resulta un tanto sarcástico mencionar que la caída del imperio eclesiástico encontrara sus pródromos desde sus púlpitos. Trescientos años después de su arribo a las Indias, personajes del clero iniciaron la revuelta en contra de los conquistadores españoles y a tres siglos de control y saqueo de tierras que no les pertenecían. Llegamos con ellos al siglo XIX para ubicarnos con un personaje sumamente “sui géneris”. Un sacerdote culto, inteligente, bastante relajado, admirador de la belleza femenina. Maestro de cátedras teológicas y ferviente catador de vinos que al decir de muchas narraciones, lo hacían perder el sentido de manera frecuente: “El padre de la patria”, don Miguel Hidalgo y Costilla, quien no era bien visto por la jerarquía clerical y de quien no sabemos a ciencia cierta de su fisionomía, pues hay historias que aseguran que la imagen que conocemos es la de un sobrino que se le parecía, al que pintaron en su lugar pues nunca se prestó el caudillo insurgente a posar frente al lienzo. Otro personaje ilustre de nuestra independencia resultó ser José María Morelos y Pavón, quien trabajaba en la finca de San Rafael Tlahuejo llevando la contabilidad agrícola, además de ser una especie de transportador de mercancías en mulas; contaba con 24 años de edad cuando en uno de sus viajes conoció a Francisca Ortiz de quien quedó completamente enamorado. Inició su labor para conquistar a la joven resultando fallido el intento, ella estaba enamorada de otro hombre con el que huyó; Morelos siguió creyendo que la habían secuestrado, para descubrir que, más bien, se había fugado. La decepción lo llevó a ingresar al colegio de San Nicolás Obispo en Valladolid. Fue ferviente seguidor y admirador de Hidalgo, además de su alumno durante su preparación como sacerdote. José María, mucho más medido que Miguel, pero absolutamente de acuerdo con las ideas independentistas de Hidalgo quien al grito de “mueran los gachupines”, secundado por el pueblo y curiosamente por muchos españoles más otros sacerdotes, se lanzaron al inicio de una guerra que terminaría sin ellos, pero con la expulsión de los conquistadores de tierras mexicanas, dando inicio a otros eventos donde el peso de la iglesia católica fue decisivo.
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