sábado, 15 de febrero de 2014

GUERRA GUARANÍTICA

GUERRA GUARANÍTICA

Entre los años 1754 y 1756 se había desatado una guerra en la región misionera. Irónicamente, los guaraníes de las misiones se enfrentaron a los ejércitos regulares de España y Portugal. La causa: un tratado firmado en el año 1750 entre la Corte española y la portuguesa les solicitaba que entregasen a Portugal cerca de 500.000 kilómetros cuadrados de territorios, más 7 prósperos pueblos. Las exigencias no terminaban allí. En el término de un año, 29.191 guaraníes debían salir de la región con todos sus bienes y trasladarse al occidente del río Uruguay, donde debían refundar sus pueblos. En 163l los guaraníes habían abandonado la región del Guayrá sin ofrecer resistencia a los bandeirantes y sufriendo un sinnúmero de penurias. En el año 1638 del mismo modo habían abandonado la región del Tape, guareciéndose en asentamientos transitorios entre los ríos Paraná y Uruguay. Luego habían derrotado en forma aplastante a los bandeirantes en la batalla de Mbororé, pudiendo de ese modo regresar con mucho esfuerzo a refundar sus poblaciones al oriente del río Uruguay, región considerada como su patria de origen. Ahora se les pedía que la abandonaran, sin ningún tipo de explicación o razón. Aquellos guaraníes que todos suponían fieles seguidores de los jesuitas y sometidos incondicionalmente a los dictámenes de éstos, en un instante sorprendieron a los mismos jesuitas, a los españoles y a los portugueses cuando se alzaron en armas defendiendo sus legítimos derechos sobre sus tierras y bienes.


UNA HISTORIA DE DESENCUENTROS
La conquista y colonización del Plata emprendida por españoles y portugueses originó una relación fronteriza muy particular, nunca claramente definida por una delimitación precisa, superadora de la ambigua línea de Tordesillas. Se generó particularmente una zona de gran tensión fronteriza, cuyo límite occidental lo conformaban el Río de la Plata, el río Uruguay y la región guayreña. Parte de esa línea de tensión atravesaba toda la región de las misiones de norte a sur. Inevitablemente los guaraníes que habitaban aquella zona se verían involucrados en todos los conflictos que se suscitasen entre España y Portugal. La condición de “guarnición de frontera” que les fuera impuesta por la Corona española, los llevaba a involucrarse en todas las situaciones de crisis limítrofe como soldados combatientes al servicio del Rey. La prestación del servicio militar por parte de los guaraníes fue constantemente requerida por las autoridades españolas en su lucha contra los portugueses. Los conflictos y enfrentamientos armados comenzaron en el año 1680, cuando el gobernador de Río de Janeiro, don Manuel Lobo, funda frente a Buenos Aires, en la orilla izquierda del Río de la Plata, la Colonia de Sacramento, en un territorio que los españoles consideraban de su jurisdicción. El gobernador de Buenos Aires, don José de Garro, requirió el servicio militar de los guaraníes de las misiones. Miles de guaraníes misioneros asaltaron las fortificaciones portuguesas, tomando como prisionero al mismo gobernador Lobo. Sin embargo en el año 168l por un tratado firmado entre España y Portugal se dispuso que la Colonia debía ser devuelta a los portugueses. En el año 1705 el nuevo gobernador de Buenos Aires, Valdez de Inclán, recibió órdenes del Virrey de Perú de recuperar la Colonia del Sacramento. Nuevamente 4.000 guaraníes concurrieron desde las misiones en auxilio de las fuerzas españolas que sitiaron durante seis meses la guarnición portuguesa. Finalmente los portugueses incendiaron la Colonia y se retiraron.


En el año 1715, finalizada la guerra de sucesión de España, en la que había intervenido Portugal, se firmó el tratado de Utrecht, que establecía en uno de sus puntos que los españoles debían devolver otra vez la Colonia del Sacramento a los portugueses. La Colonia se habían convertido en un centro del tráfico de contrabando de mercaderías que se efectuaba con Buenos Aires. Por otra parte, desde ella los portugueses continuamente incursionaban robando ganado en las estancias de los pueblos misioneros y en aquellas ubicadas al occidente del río Uruguay. Como trasfondo existía un auténtico interés de posesionarse de la banda oriental del Río de la Plata. Con dicho fin, en el año 1723, los lusitanos intentaron asentarse en la península de la actual Montevideo. El gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zabala, los expulsó en 1724, y el 24 de diciembre de 1726 fundó con familias traídas desde Galicia y las Canarias, la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo. Un total de l.000 indios guaraníes misioneros participaron en la expulsión de los portugueses y en la construcción de las fortificaciones de la nueva ciudad española. La utilización del “soldado guaraní” en los enfrentamientos con los portugueses fue constante durante toda la primera mitad del siglo XVIII. Los episodios señalados son sólo algunos ejemplos de los servicios militares prestados por los guaraníes a la Corona española. En todos los casos los perjuicios que ocasionaban aquellas expediciones militares a los misioneros no tenían ningún reconocimiento por parte de las autoridades coloniales. Las expediciones se organizaban a costa de los propios guaraníes. Los campos de cultivo y la producción en general en las reducciones quedaban en estado de abandono cuando los mejores hombres partían a la guerra. Luego había que asumir los innumerables muertos, lisiados, viudas y huérfanos que quedaban como saldo de aquellas campañas. En la visión de los guaraníes misioneros del año 1750, los portugueses eran la calamidad que les arruinaba sus vidas desde hacía más de un siglo.

LOS INTERESES FRONTERIZOS
La región comprendida entre la ribera oriental del Río de la Plata y la zona oriental del río Uruguay se caracterizaba por sus excelentes campos aptos para el desarrollo de actividades ganaderas. Si esto fuera poco, miles de cabezas de ganado vacuno vagaban por aquellas regiones en todas direcciones en estado salvaje. En la sociedad colonial rioplatense, en donde no existían minas de plata ni de oro, la actividad ganadera era uno de los principales ramos de la actividad económica, tanto para españoles como para portugueses. El otro ramo era el contrabando, desarrollado en gran medida con la complicidad de las autoridades desde Buenos Aires, con los comerciantes portugueses y de otras nacionalidades que se establecían en la costa oriental del Río de la Plata, especialmente en la renombrada Colonia del Sacramento. La Corona española veía resguardados sus derechos con las misiones jesuíticas del Paraguay, que ejercían una posesión efectiva de gran parte de aquella zona fronteriza con siete de sus pueblos y con un gran número de estancias establecidas y consolidadas como unidades productivas. Pero la Colonia del Sacramento con su comercio de contrabando era un caso muy particular, constantemente arruinando al sistema de monopolio establecido por España.

EL TRATADO DE LÍMITES DE 1750
El matrimonio que celebró Doña María Bárbara de Braganza, hija del Rey Don Juan V de Portugal, con el Rey de España, Fernando VI, selló la paz entre ambas naciones europeas e inauguró un período de entendimiento entre las dos coronas, especialmente en lo concerniente a las cuestiones limítrofes de América del Sur. Luego de quedar en un estado calamitoso al finalizar la guerra con Inglaterra (1739-1748), España temía por un posible ataque inglés a sus posesiones en el Río de la Plata. Por otra parte, el comercio inglés, que controlaba el contrabando desde Colonia del Sacramento, ocasionaba un gran perjuicio a las finanzas con el drenaje ilegal de plata extraída de Potosí. Además, crecía el temor de que la Colonia fuera convertida por Inglaterra en una base militar. Portugal, por su parte, tenía sus propios intereses en la región platina. En el año 173l el Rey Don Juan V había contratado en Roma a dos padres jesuitas astrónomos y matemáticos para que realizaran un relevamiento cartográfico de la costa y territorio oriental del Río de la Plata. Comenzaron entonces conversaciones y tratativas secretas entre los ministros de las dos coronas. Portugal pretendía que España le reconociera jurisdicción sobre los territorios que de hecho ocupaba al occidente de la línea de Tordesillas, mientras que España buscaba que le fuera devuelta la Colonia del Sacramento. Los portugueses fundamentaban su postura en el hecho de que España también había violado la disposición de Tordesillas al ocupar el archipiélago de las Filipinas y al haber vendido a Portugal las Molucas, ambos territorios ubicados al oriente de aquella línea y por lo tanto portugueses. En el año 1748 el secretario del Rey Juan V de Portugal, Alejandro de Guzmán, había presentado una propuesta en dinero al ministro español don José Carvajal para comprar los territorios ubicados entre los ríos Negro y Uruguay, esto es los siete pueblos de las misiones orientales más todas sus estancias. El ministro Carvajal tomó la propuesta como escandalosa y la rechazó. Sin embargo la diplomacia portuguesa tenía a otro representante, Doña Bárbara de Braganza, la propia esposa del Rey Fernando VI. La influencia que tuvo la Reina fue decisiva para que Fernando VI aceptara la propuesta de Portugal, pero en condiciones aún peores que las propuestas por el ministro Guzmán a Carvajal. Fernando VI reconocía a Portugal todos los territorios ocupados al occidente de la línea de Tordesillas y aceptaba entregar a los portugueses los siete pueblos misioneros ubicados al oriente del río Uruguay con todas sus estancias ganaderas y yerbales, unos 500.000 kilómetros cuadrados de territorio, a cambio de la Colonia de Sacramento. El 10 de octubre de 1749 el ministro Don José Carvajal y el ministro Alejandro Guzmán acordaron los puntos básicos del tratado que firmarían los reyes de España y Portugal. Se confirmó la entrega de los siete pueblos misioneros a cambio de la Colonia y se estableció que los límites entre los territorios hispánicos y portugueses quedarían demarcados por ríos y por los puntos más elevados que oportunamente se establecerían en el terreno. La línea limítrofe partiría desde un río que nace en la Sierra de los Castillos Grandes, para seguir luego por las nacientes del río Ibicuí y desde allí seguiría por el Uruguay hasta el río Pepirí Guazú, siguiendo luego por las alturas de las sierras. El acuerdo, llamado “Tratado de Madrid”, fue firmado el 13 de enero de l750 por el Rey de España, Don Fernando VI, y al mes siguiente por el Rey de Portugal, Don Juan V.





LA SORPRESIVA NOTICIA DEL TRATADO
Nadie en tierras americanas había sido consultado acerca de la conveniencia o no del tratado. Ni el gobernador de Buenos Aires, ni el virrey de Lima, ni el Padre Provincial ni el Superior de las misiones, menos aún los 29.19l indios guaraníes que vivían en los siete pueblos, tampoco las reducciones de Concepción, Apóstoles, Santo Tomé, Yapeyú, La Cruz, que poseían en aquellos territorios entregados sus mejores estancias ganaderas.En el mes de septiembre de 1750 llegaron las primeras noticias del tratado y de sus principales cláusulas. Los padres de las misiones, así como las autoridades coloniales, se resistían a creer que pudiera ser cierto que el Rey de España hubiera firmado un tratado con semejantes desatinos. El padre Bernardo Nusdorffer, superior de las reducciones, ordenó a los curas de los pueblos que no se comunicase la noticia a los indios, hasta que no fuese confirmada, por temor a las reacciones que pudiera provocar en ellos. Pero en el mes de abril de 175l llegó al puerto de Buenos Aires la comunicación oficial del Tratado de Madrid con las instrucciones para su ejecución. Al mismo tiempo llegaba desde Roma una carta del General de la Compañía de Jesús, Padre Francisco Retz, dirigida a los padres jesuitas ordenándoles el cumplimiento fiel de las disposiciones del tratado en lo tocante a los siete pueblos misioneros orientales. Dice el padre Nusdorffer: “... no acabábamos de creer que era verdad este tratado, porque se juzgaba imposible que España lo consintiese, por las fatalísimas consecuencias que de él se seguirían a los dominios de España en estas Américas”

EL FRUSTRADO TRASLADO DE LOS PUEBLOS
El padre provincial Isidoro Barreda encomendó al padre Bernardo Nusdorffer la difícil tarea de comunicar la infausta noticia del tratado a cada uno de los siete pueblos, además de aquellos que estaban al occidente del río Uruguay, que no serían transferidos, pero que poseían estancias en la región que se entregaría a los portugueses. Con sus 70 años de edad durante los meses de marzo y abril de 1752 el padre Nusdorffer recorrió los pueblos, se entrevistó con los curas y comunicó oficialmente a los cabildos y caciques que tenían un año de plazo para abandonar su tierra, por lo que recibirían una indemnización de 28.000 pesos, en caso contrario quedarían bajo el dominio lusitano. Los cabildos y los principales caciques dieron una respuesta jamás dada en un siglo y medio a sus padres, un rotundo “no”. No aceptaban abandonar los pueblos y menos aún quedar bajo el dominio portugués. En una carta que dirigieron los caciques al gobernador Andonaegui, leemos en parte: “Nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros hermanos han peleado bajo el estandarte real, muchas veces contra los portugueses, muchas veces contra los salvajes; quién puede decir cuántos de ellos cayeron en los campos de batalla, o delante los muros de la tantas veces sitiada Nueva Colonia. Nosotros mismos nuestras cicatrices podemos mostrar en prueba de nuestra fidelidad y de nuestro valor. (...) Querrá pues el Rey Católico galardonar estos servicios, expulsándonos de nuestras tierras, de nuestras iglesias, casas, campos y legítimas heredades. No podemos creerlo. Por las cartas reales de Felipe V, que por sus propias órdenes nos leyeron desde el púlpito, fuimos exortados a no dejar nunca aproximarse a nuestras fronteras a los portugueses, suyos y nuestros enemigos...”. El padre Nusdorffer se trasladó a Candelaria y desde allí comunicó a sus superiores que los guaraníes estaban en situación de rebeldía. Los curas de los pueblos continuaron con los intentos de persuadir a los indios para que realizaran la mudanza de sus pueblos, para los cuales ya se habían señalado nuevos sitios al occidente del río Uruguay. Algunos que eran convencidos comenzaban a emigrar, pero la marcha y el traslado estaban plenos de complicaciones. Muchos preferían huir a los montes, mientras que otros regresaban a sus pueblos arrepentidos. Los padres pidieron más tiempo, al considerar que un año no alcanzaría para lograr el traslado total. Esto fue interpretado por el comisario real, marqués de Valdelirios, y por el comisario enviado con plenos poderes por el General de la Compañía desde Roma, padre Luis Altamirano, como un acto de insubordinación de los padres y de complicidad con los guaraníes. Hubo acusaciones y amenazas de expulsión de la Compañía y de excomunión hacia los curas de los pueblos. El P. Cardiel tuvo la osadía de alegar que “bastaba el catecismo para saber que las órdenes del General de la Orden no imponían obligación alguna”, lo cual le valió el retiro de la reducción en que se hallaba. Resulta claro que dentro de la Compañía de Jesús existían posiciones encontradas. El Padre Provincial y el Padre Superior recibían presiones del General de la Compañía y del Padre Comisario enviado desde Roma y actuaban en consecuencia. Los curas de los pueblos por su parte se hallaban en una posición realmente compleja. Conocían por experiencia el esfuerzo y sacrificio que había significado para los guaraníes repoblar la región oriental del río Uruguay, comprendían con toda plenitud el amor a los pueblos y a sus tierras que profesaban los misioneros. Sabían del aborrecimiento que despertaba en el indio misionero la sola referencia al portugués. Convivían con aquellos indígenas, sabían de sus necesidades, de sus miserias, de lo mucho que restaba por construir. Muchos de ellos, seguramente, en secreto y en la impotencia del silencio, optaron por los guaraníes.

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